El virus de la supervivencia

En un abrir y cerrar de ojos la pandemia se había desatado. Inexplicablemente desde aquella pequeña ciudad hacia todo el resto del mundo, este nuevo virus se transmitía de persona a persona muy fácilmente. Los síntomas se manifestaban en cansancio y fatiga extrema durante un periodo de 48 horas, después de eso y de forma inminente: La muerte. Sin vacuna, ni antídoto desarrollado aún, el pánico comenzó a cundir entre los habitantes de todas las ciudades alrededor del planeta. Las autoridades al no poder identificar el origen de la enfermedad en concreto pusieron en marcha un estricto plan de contingencia sanitaria, todos debían quedarse en sus casas, evitar contacto con otras personas enfermas y con los cadáveres ya que éstos también eran foco de contagio. Se aconsejó reforzar las medidas de higiene y limpieza en todas las casas ya que hasta ese momento se creía que con ello se podía detener la mortal amenaza. 

Gregorio, hombre de 56 años, fue con su esposa al supermercado y llenaron el carro. Compraron artículos desinfectantes y de limpieza de sobra porque él estaba aterrado, no quería contagiarse. Una señora que no pudo llegar a tiempo se acercó en la fila de la caja a pedirle humildemente una de las 15 botellas de alcohol que llevaba en su carro, pero Gregorio solo respondió: «Señora, haga como los demás y sea precavida. Levántese más temprano» Tras esa respuesta la señora se alejó fastidiada sin decir nada, pero fue su esposa la que le dio un codazo. 

-Goyo, compraste alcohol de sobra ¿qué te costaba darle una botella a esa pobre mujer? 

-Helena, una botella podría hacer la diferencia entre sobrevivir o morir, decretaron estado de emergencia por si no has abierto los ojos ni escuchado nada en las últimas 48 horas. – Le respondió el malhumorado anciano con un dejo de ironía. Luego agregó: – Y no me digas «Goyo». 

Una vez en casa Gregorio bajó las cortinas de las ventanas del primer y segundo piso, «Es para que nadie venga a visitarnos» le explicó a su esposa, quien creyó que su esposo exageraba demasiado. Ambos cenaron sentados en el sillón grande frente a la TV, allí la maratón del noticiero no hizo más que alimentar la paranoia del pobre hombre. Lo último que se descubrió en ese momento fue que el mortal virus podía alojarse en la superficie de cualquier objeto, pared o mueble durante seis días antes de morir; Y que podía transmitirse de persona a persona bastando solo dos metros de distancia entre ellos. Gregorio, al oír esto, disimuladamente echó un vistazo a su esposa a quien consideró que estaba muy cerca de él sentada en el sillón. Comenzó a sudar y a sentirse incómodo. Al cabo de unos minutos no aguantó más y se levantó del sillón dejando la bandeja de comida sobre la mesita de centro, a los pocos segundos volvió usando mascarilla. Helena lo miró sorprendido al ver que Gregorio le ofrecía la caja de mascarillas sosteniéndola con unas pinzas de acero. 

-¿No crees que estás exagerando?- Le preguntó ella. 

-¿No crees que haces muchas preguntas? Ya viste el noticiero. De ahora en adelante, si vamos a estar cerca, usaremos mascarillas. 

-Goyo, limpio los muebles con desinfectante cada una hora tal como me ordenaste. Lo mismo el baño y la cocina. Nuestra habitación tiene todo recubierto con plástico transparente, no salimos a la calle y no recibimos visita… ¿Y quieres que ocupe eso? 

-Las personas son vehículos de contagio. ¡Si vamos a estar ambos en casa tienes que ponerte mascarilla! 

-¡No estamos enfermos así que no ocuparé mascarilla dentro de mi propia casa! – Exclamó ella levantándose del sillón.  

-¡Y deja de llamarme Goyo!- Le contestó él mientras su esposa subía las escaleras hacia el segundo piso. 

Gregorio no iba a dejar las cosas así, claro que no. Fue por toallas, desinfectantes, botellas con agua, sus pastillas de dormir, una maleta con ropa y se instaló en el cuarto de invitados. Desde allí haría frente a la peligrosa pandemia mundial. Su esposa se encargó de dejarle una bandeja de comida tres veces al día junto a la puerta en el pasillo, quería evitar todo contacto con las personas mientras la pandemia no acabara. Instaló una pequeña radio con la cual se informaba de las últimas novedades del mundo y así se la pasaba la mayor parte del tiempo. Todo bien hasta que durante la tarde de uno de esos días escuchó que Helena se reía a carcajadas junto a otras dos mujeres abajo en la sala. «No puedo creer que esta bestia dejara entrar gente a la casa» pensó Gregorio indignado. Luego de que las visitas se fueron el hombre abrió la puerta del cuarto y llamó a su esposa gritando su nombre a todo pulmón, apenas vio que su figura se asomó por la escalera Gregorio volvió a cerrar la puerta con llave.  

-¿Qué te figuras tú?- Preguntó encolerizado.-¿ No tienes idea del peligro que corres si traes gente a la casa? 

-Goyo, solo era Claud… perdón, Gregorio… solo era Claudia que quería saber cómo estábamos. Ella está sana y nosotros también, era una visita. No hay razón por la que estés encerrado. – Le contestó su esposa desde el otro lado de la puerta. 

-En la radio dicen que el virus puede permanecer en las paredes, muebles, cabello, ropa hasta seis días antes de morir ¿Vas a esperar acaso a tener los síntomas antes de tomarte esto en serio? ¿Eres tonta o qué? 

-Está bien Gregorio… – Respondió su esposa resignada desde el pasillo. 

-Quiero que cuando cocines, además de mascarilla lleves guantes y gorra para el cabello. Hoy acaban de aconsejar eso por radio. 

Gregorio pasó varios días encerrado en aquel cuarto esperando escuchar la buena noticia de que ya había salido una vacuna, pero la noticia no llegaba. Angustiado observaba por la ventana del cuarto hacia la calle y veía parejas, familias con niños que caminaban en un ir y venir apresurado, algunos de ellos tomados de la mano. «Idiotas», pensaba, «Van tomados de la mano a su propio entierro, pero yo no. A mí no me arrastrarán con ellos.»  

Durante uno de esos días mientras oía la radio se enteró de un nuevo hallazgo científico con respecto al mortal virus, la fuente de origen eran los aparatos electrónicos tales como los que se encuentran en cualquier casa de cualquier familia. El gobierno iba a dejar de transmitir por TV y por radio. Asustado, dio un salto hacia atrás y presionó su espalda contra una de las paredes. Su peor enemigo estaba ahí en ese cuarto con él. Luego de unos minutos de desesperación cogió una de las frazadas de la cama y la arrojó contra el radio, luego tomó todo el bulto y lo lanzó por la ventana hacia fuera. 

-¡Helenaaa!- Gritó el nombre de su esposa por la puerta entreabierta- ¡Helenaaaa! 

Tras unos minutos llegó su esposa un tanto cansada al segundo piso. Se veía delgada y pálida. No lucía muy bien. 

-¿Qué te pasa? No te ves muy bien.- Le dijo Gregorio. 

-Se está acabando la comida, Goyo… he tenido que ir a hacer fila a los almacenes las dos últimas noches. Por favor, sal del cuarto y ayúdame. 

-¿Es eso solamente? – Preguntó desconfiado mientras cerraba la puerta nuevamente con llave. – ¿Qué otros síntomas tienes? 

-No estoy enferma… es que no he comido bien 

-Bien, te daré unos billetes por debajo de la puerta y quiero que vayas a la calle por el periódico, de paso trae algo de comida enlatada.  

-Están cerrando las tiendas afuera… no entiendes. 

-Bueno ve dónde tengan periódicos y tráeme uno. -Insistió él.- Ya no podemos oír la radio ni ver Televisión. No olvides pasármelo por debajo de la puerta con tus manos enguantadas. 

Deslizó un billete por debajo de la puerta y su esposa lo recibió del otro lado. Pasaron las horas y su esposa no volvía a casa, enfurecido pensó que Helena se había marchado a casa de alguna amiga o a la de su hermana para pasar el estado de emergencia lejos de él, pero luego de unas horas que parecieron ser eternas escuchó que alguien entraba a la casa, era su esposa quien como pudo comenzó a subir las escaleras hacia el segundo piso casi arrastrándose, le empujó el periódico por debajo de la puerta y luego le pasó las monedas del cambio. 

-Helena… ¿estás bien?- Preguntó Gregorio. 

-Sí… s… solo… estoy…. cansa….da…. – Contestó ella apenas sacando la voz desde el otro lado de la puerta.- Creo que voy… voy a dor…mir un rato….. 

-Helena, ve a tu cuarto…- Le dijo Gregorio preocupado .- Ve a dormir a la habitación, no te quedes en el pasillo, ¡Helena! ¿Me oyes? ¡Ve a tu cuarto! 

-….. en…contraron…. una… cura…. – Dijo finalmente su esposa antes de colapsar en el pasillo y perder la consciencia. 

Gregorio, asustado y confundido, se quedó sin reaccionar por varios segundos. Solo atinó a tapar el agujero de debajo de la puerta con unas toallas, estaba firmemente decidido a no dejar entrar el virus. Luego, apesadumbrado comenzó a echar una ojeada al periódico sentado en la cama, ahí pudo leer: “Doctores descubren que el virus muere al estar expuesto a una temperatura mayor a los 100 grados Celsius”. Gregorio, emocionado, sintió un pequeño alivio al leer esa noticia, luego continuó: “Autoridades levantarán la cuarentena en seis días más. Tienen preparado un nuevo plan de contingencia para la ciudad y sus habitantes sanos el cual se dará a conocer en los próximos días.” 

Esperanzado, Gregorio comenzó a racionar la comida y las botellas de agua. La cuarentena se acababa en seis días más. Si el virus podía sobrevivir seis días en las superficies al aire libre, entonces él al séptimo día iba a salir de casa “Prefiero pecar de precavido antes que de otra cosa” se dijo. Y así lo hizo. Racionó lo más que pudo el alimento y se sometió a una estricta dieta durante cinco días, ahí se dio cuenta que solamente le quedaba una lata de frijoles y media botella de agua. Tomó la decisión de tomar sedantes para comer lo menos posible hasta llegar al séptimo día. Sin embargo, estaba débil producto de la mala alimentación y las pastillas de dormir hicieron un fuerte efecto en él. 

Permaneció sedado por otros cinco días más. 

Gregorio despertó mareado y con dolor de cabeza, el hambre apremiaba desde el primer segundo. Se abalanzó sobre el tarro de frijoles y se lo acabó en tan solo un par de minutos luego bebió de la botella de agua hasta vaciarla por completo. Miró a su alrededor y advirtió que lo había conseguido. Su aislamiento le permitió estar sano durante todo el estado de emergencia, con la cuarentena levantada ya podía salir a la calle.

Al abrir la puerta de su cuarto un repugnante hedor le recibió y le recordó el terrible obstáculo que le aguardaba de hacía varios días ahí en el pasillo. Con mascarilla, guantes y un largo abrigo, Gregorio abrió la puerta de su habitación por completo y se enfrentó al cadáver de Helena quien acurrucada junto al umbral de la puerta se descomponía miserablemente. Aguantando la respiración, Gregorio pasó junto a ella corriendo y bajó las escaleras saltando los peldaños de dos en dos, no detuvo su loca carrera hasta que finalmente salió a la calle. Allí, mientras jadeaba pensó “Pobre Helena, si tan solo te hubieras cuidado más, así como yo” 

Tras recuperar el aliento comenzó a caminar, afuera el panorama era desolador. Nadie, absolutamente nadie a la vista. De pronto una sirena se dejó oír a lo lejos. Perplejo ante el sonido de la sirena fue avanzando por las calles y casas deshabitadas, no había nadie a su alrededor, él era el único hombre que caminaba por la ciudad. «¿Será que nadie más lo consiguió?» Se preguntaba mientras avanzaba por los barrios solitarios. «Vinieron y se llevaron a todos los enfermos» se dijo, «Soy el único hombre sano en la ciudad», declaró con una sonrisa de oreja a oreja. Feliz comenzó a correr y cantar por las calles durante varios minutos hasta llegar al supermercado, allí se detuvo en el puesto de periódicos y comenzó a leer los titulares con curiosidad. Su mirada se detuvo particularmente en uno que le heló el corazón. 

«Hoy es el día de la evacuación. Todos los habitantes sanos serán transportados por los militares durante dos días hacia ciudades aledañas donde estarán a salvo»  

Cogió el periódico y empezó a leer la noticia con detención: «Todos los habitantes sanos que queden en la ciudad deben dirigirse a las estaciones de tren y buses, personal militar los llevará a las ciudades aledañas para ponerlos a salvo. El senado aprobó la moción para destruir la ciudad infectada y erradicar la fuente de contagio. El bombardeo se realizará en la zona el día 06 de abril a partir de las 11 am. » 

De fondo la sirena seguía sonando cual trompeta del fin del mundo en su cabeza. Un destello en el cielo le hizo levantar la vista. Allí, surcando el espacio, el primero de los muchos misiles que caerían en la ciudad para incinerarla estaba a punto de estrellarse sobre él.  

Gregorio cayó de rodillas. Luego se quitó la mascarilla y la arrojó al suelo. En tan solo 15 segundos no iba a tener que preocuparse de ninguna enfermedad o contagio… nunca más.

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